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lunes, 18 de marzo de 2019

Gregorio Ordoñez en el recuerdo


 

GREGORIO ORDOÑEZ: EN EL RECUERDO

23 de enero de 1995. Un individuo dispara en la nuca a Gregorio Ordóñez, teniente alcalde del Ayuntamiento de San Sebastián. Almorzaba con tres compañeros del PP, entre ellos su secretaria María San Gil. Otra familia destrozada. Su hijo, Javier, de un año y tres meses, y Ana Iríbar, su esposa, con quien llevaba cinco años casado, se quedaban solos. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra, dejó una gran huella entre sus compañeros y profesores. ¿Cómo había llegado a tener esa personalidad que le hacía ser tan querido?¿Qué le aportó la Universidad? ¿Cómo vivió sus años universitarios? Sus amigos le homenajean con los recuerdos de su vida y de su experiencia universitaria.

“Recuerdo un día en que Goyo venía a Madrid. Tenía que ir a Génova, donde iba a una reunión del partido. Quedamos por el centro. Yo me puse enferma y le llamé diciendo que era imposible que nos viéramos. Me dijo que lo sentía, y que otra vez sería. A las nueve de la noche sonó el timbre de mi casa. Era él. Había ido a verme. Me arreglé a todo correr, salí, y me dijo: He dejado plantado a Fraga para venir a verte”, afirma Carmen Santos, gran amiga de la Universidad. 

Así era Gregorio Ordóñez, Goyo, como le llamaban sus amigos. Cariñoso, generoso. Se daba mucho a la gente. Una persona que entregó su vida a la causa pública. Un hombre que amaba su ciudad, que quería a los ciudadanos de San Sebastián, a los que recibía siempre. Su espíritu de sacrificio, su trabajo, fueron un ejemplo para todos. “Una persona con convicciones, sin pelos en la lengua, que sabía anteponer los intereses de los demás a los suyos propios”, afirma Manuel Casado, vicerrector de Profesorado. Por eso, cuando todos los que le conocían hablan de él, los recuerdos son tan intensos a pesar de los 25 años que han pasado desde que la promoción dejó la Universidad en 1981.

Un joven con aspiraciones

Gregorio Ordóñez nació el 21 de julio de 1958 en Caracas. Cuando tenía siete años su familia regresó a San Sebastián. Allí estudió en el Corazón de María, en el barrio del Gros. Después cursó el bachillerato en el Instituto Peñaflorida, donde conoció a quien sería uno de sus mejores amigos, Álvaro Moraga, que le acompañaría más tarde en política.

Su fortaleza y constancia para el trabajo se habían fraguado a lo largo de su infancia en la lavandería que sus padres regentaban en San Sebastián. Goyo y Consuelo, su hermana, tenían que ayudar en el negocio siempre que podían. Era la crisis energética de 1973, la ropa de los hoteles escaseaba…y la necesidad de dinero aumentaba. Su vida no era fácil, pero no por ello dejó de ser feliz.

Desde pequeño, su madre se había preocupado especialmente de regar la semilla de la religión en los corazones de sus hijos. Consuelo, la madre, oyó hablar del Opus Dei y llevó a sus hijos por unos centros juveniles de la capital guipuzcoana. Así llegó Goyo a Amara. “Recuerdo haber hablado muchos años después con Gregorio Ordóñez y me recordaba la importancia que tuvieron aquellos años para su formación cristiana”, recuerda Carlos Saura, uno de los monitores del club.
Con este bagaje Gregorio marchó a Pamplona en octubre de 1976 a cursar la carrera de Periodismo.

En el campus

Gregorio era vivo e inquieto, apasionado por la vida y por los estudios que había elegido, recuerda Manuel Casado. “Era como un torrente de fuerza. Empujaba, empujaba, empujaba las dificultades, las cosas aparentemente inasequibles o medio imposibles”, explica Carlos Soria, su profesor de Derecho de la Información. No se conformaba con medias tintas o trabajos mal acabados.
Se solía sentar al final, en las últimas filas del aula 11 del Edificio Central. Escuchaba, tomaba notas… Clase por las mañanas y estudio por las tardes en el Colegio Mayor Aralar, donde residía. Más tarde vivió en Belagua, y los dos últimos cursos de la carrera los pasó en un piso en la calle Jarauta , en el Casco Viejo de Pamplona.

Siempre estuvo en el grupo de los alumnos con mejores notas. “Era excelente estudiante, de los mejores del curso. Absolutamente brillante”, afirma Carmen Santos, compañera de clase. Era consciente de que sólo podría servir bien a la sociedad esmerándose en formarse bien como profesional y como persona. Por eso siempre se dedicó con todas sus fuerzas al estudio, premio que se vio reflejado en su brillante expediente final, y sin dejar de acudir a multitud de seminarios, debates, asambleas… A pesar de su responsabilidad en el estudio, nunca dejó de lado a las personas. “Tenía una capacidad intelectual muy grande, tenía lo que ahora llamamos inteligencia emocional: por eso era tan buen amigo y resultaba tan humano, tan cercano, tan tierno”, continúa Carmen.

Valoraba por encima de todo a sus amigos, un grupo de chicos muy distintos entre sí, según Carmen. Luis Ortiz, Martín Gúrpide, Alejandro Gonzalo, Javier Ansó, Nacho Sánchez de la Incera, Virgilio Martín, José Gabriel Múgica… “Gregorio tenía la pasión natural, que fue acrecentando en sus años navarros, de solucionar problemas concretos a la gente concreta, de carne y hueso, la única existente”, afirma Carlos Soria. “Si alguien necesitaba apuntes, los suyos siempre estaban disponibles”, cuenta José Gabriel Múgica, director de El Diario Vasco y compañero de clase y de piso junto con Daniel Paternain y Paco Soriano.

“Si tú estabas en Armenia y tenías un problema que te pudiera solucionar, lo dejaba todo y se iba allí. Goyo era así”, recuerda Martín Gúrpide, quien narra el detalle que tuvo con él día de su boda con él. “Cuando me casé Goyo tenía una asamblea del partido en Zaragoza en la que se jugaba mucho. Ya era un personaje importante. Llegó muy tarde a ese acto por asistir a mi boda en Pamplona. Él quería mucho a mi mujer, Carmen Santos. Vino, tomamos una copa de champán, y nos dimos un abrazo. Después se marchó a Zaragoza. Es una de muchas anécdotas de cómo trataba a sus amigos”. Gregorio era además una persona muy generosa. “Cualquier problema que tuvieras de cualquier tipo siempre estaba ahí”, continúa Martín.

La España de entonces

“A Gregorio le tocó vivir en Pamplona unos años duros, muy complejos, de una politización exacerbada y omnipresente”, recuerda Manuel Casado. Ese 1976 había sido clave para la rodadura de la democracia, con la Ley para la Reforma Política y las primeras elecciones democráticas. Antes de que acabaran la carrera, transcurrieron una serie de acontecimientos que determinaron gran parte de su vida política: la Constitución de 1978 y el golpe de Tejero en 1981. Los españoles estaban muy radicalizados, y los jóvenes más. España era consciente de que caminaba por el filo de la navaja, y de que las cosas había que hacerlas bien. Pero la tensión era máxima, y eran meses en los que podía pasar de todo en nuestro país.

Gregorio no era ajeno a esta nueva realidad política y social. Tenía las ideas muy claras y las defendía siempre, sin caer en el menosprecio del adversario. De hecho, ninguno de sus amigos recuerda que despreciara al contrario. Pero no por ello dejaba de defender lo que pensaba. “Las cosas estaban tan calientes en aquellos años, que un buen día, en el tablón de anuncios que teníamos en nuestra aula, aparecieron carteles insultantes para uno o dos de los compañeros del curso. Recuerdo cómo Goyo defendió que una cosa era tener ideas diferentes y hasta irreconciliables, y otra llegar al enfrentamiento personal”, recuerda Olga Brajnovic.

En el verano de 1981, un Gregorio Ordóñez que acaba de cumplir 23 años se encontraba en condiciones óptimas para incorporarse al mercado laboral.
Un tío suyo le ofreció trabajar como periodista en un periódico de Álava, Norte Exprés, afín a Alianza Popular. Fue una experiencia muy breve, pues cerró pronto por pérdidas. Entonces empezó la carrera política de Gregorio Ordóñez, al afiliarse a AP.

El panorama del partido en Guipúzcoa era desolador. Pero su empuje y la abnegada labor de Álvaro Moraga, su amigo de la infancia, resucitaron el partido.

Álvaro Moraga nos cuenta su último recuerdo de Gregorio: “Recuerdo el último día. A las dos del mediodía de aquel fatídico 23 de enero de 1995 Gregorio me envió un fax manuscrito, que conservo, pidiéndome que repasara la Ley Electoral para ver los requisitos imprescindibles para poderse presentar su madre como candidata a las elecciones municipales de un pueblecito de Valencia que se llama Terrateig. Me lo pidió por escrito. Yo preparé esa información, y tanto el fax que me envió como la documentación que preparé la dejo para entregársela en el Cielo. Hora y media después lo mataron”.
Ana Martínez López 







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