10/08/2022 - Fuente - OKDiario
Abstraídos como estamos con la sonrojante chapuza electrofóbica -otra más en la extensa bibliografía que tiene presentada esa pesadilla nacional llamada Sánchez- quemados también por la infernal ola de incendios que ha asolado España, indignados por la acometida de los leninistas, socios de Sánchez, y pendientes, desde luego, de cuál será el próximo viaje a nuestra costa del impresentable presidente que aún manda en este desgraciado país, está pasando desapercibido un terrible fenómeno sin embargo ya muy reconocido por los escasos analistas que se dedican a seguir de cerca las peripecias del llamado “mundo abertzale”. Me refiero, sin ambages, al surgir de una nueva ETA con aspectos muy similares a los que la banda reflejó en toda su historia.
Apuntar cosas como ésta inmediatamente recibe reproches en todos estos ámbitos: el del Gobierno, naturalmente, el de los filoterroristas de Bildu, el de los nacionalistas denominados “moderados”, el de una sociedad vasca pusilánime y cómplice que acusa a los denunciadores de que “algunos queráis volver a las andadas”, y, desde luego, el borbotón de tertulias propias -las inocentemente templadas- y asociadas, las que sin disimulos de tipo alguno apoyan la “conversión” de malditos partidos como Bildu.
El “ETA ya no mata”, es cierto, es una gozada democrática que sin embargo, manejada la afirmación por los antedichos, no puede disimular los tres hechos siguientes: los cobardes gudaris del abertzalismo renacido se están ocupando de que ni las romerías aldeanas, ni las playas vascongadas, tengan la fiesta en paz. En Guecho, émulos de asesinos como Chapote (pronto en libertad, ya lo verán), le zurraron la badana al sorprendido hijo del presidente del PP vasco, Carlos Iturgaiz, al grito de “¡Fuera de aquí, fascista”, mientras el público en general se hacía el longuis, a un lado como sucedió durante decenas de años mientras ETA asesinaba. En Vitoria, la otrora ciudad blanca hoy infectada de nacionalismo excluyente, se han vivido sin réplica alguna por parte de la autoridades, episodios de reivindicación de ETA que han sacado de su ciudad a ciudadanos (hablo por ejemplo de una periodista de toda la vida) que, en sus palabras: “Nos hemos temido un regreso preocupante al pasado”. El Ayuntamiento alavés (lo de”Araba” es un estúpido y analfabeto invento del nacionalismo reciente) ha subvencionado con más de 50.000 euros las casetas de los nuevos chicos de ETA, las choznas, de la feria vitoriana. Algo parecido en Echarri-Aranaz, cuna del etarrismo navarro y sede de varios atentados de la banda, y será lo mismo en breves días en otro pueblo, Alsasua, famoso en los últimos tiempos, es conocido por el recuerdo de la infame agresión de unos individuos festejados a guardias civiles indefensos.
Pero, aparte de estas muestras, hay otras aún más nítidas. Por ejemplo, la apuesta por la violencia y “la respuesta social” que, el último fin de semana de julio aprobaron en una reunión en Durango, las juventudes más radicales de Bildu, las de GKS, la Gazte Koordinadora Sozalista (¿les suena de algo?) enfrentadas a otra facción menos ultracomunista, o sea, la marca blanca juvenil de Bildu que todavía apoya al patrón Otegui. De hecho, estos sujetos radicales se han pronunciado ya por “volver a la línea dura y a las calles”. Confesión de parte. No se engañen: no es una copia de la kale borroka de los setenta, ochenta y noventa; no, es una apuesta decidida por la enseñanza que recibieron de sus padres, la guerra abierta contra la “ocupación española de Euskal Herría”. Está por ver que el ministro del ramo, el depravado por su actos, Marlaska, comparezca en algún lugar para advertir sobre asuntos de tal trascendencia como estos que, incluso, se han desarrollado por ejemplo en Miramón con las fuerzas del Orden mirando a Valladolid.
Y al margen, pero no sin relación política con los aludidos, el PNV se muestra dispuesto a pactar a toda prisa con Bildu, para encuadrar una postura conjunta cara a las elecciones municipales y forales de mayo, un pacto por el “inalienable derecho a decidir de la sociedad vasca”. Textualmente. Los alcaldes del PNV ya se mueven en esta dirección, sobre todo todo por una constancia indeseable para ellos: sus sillones municipales están amenazados porque el aliento con halitosis mortal de Bildu ya lo están notando en su cuello clerical. Todos juntos en unión, defendiendo sin disfraces las sagrada tradición del gudarismo menos heroico, están contemplando cómo las playas vascas en este verano tórrido se están llenando de mozalbetes brutales amedrentando a todo el que no se sume a las movilizaciones en favor de la salida de todos los presos de ETA que todavía permanecen en las prisiones.
Y, a todo esto, ¿qué se puede esperar del todavía presidente del Gobierno y de su tropa de inanes enchufados? Pues realmente nada. El nuevo portavoz del PSOE en el Congreso, Patxi López, el mismo que dirigió aquella campaña infame en El País contra el que había sido su compañero y amigo, Nicolás Redondo, ya ha respondido ambiguamente (al fin y al cabo es un pobre clon de Sánchez) con una sentencia que no augura precisamente una política de acoso y derribo, como debería ser, a esta ETA renacida que no soporta, fíjense, a los “traidores que pisan moqueta”, tipo Otegui o Aizpurúa y que, sin miramientos, abogan por la vuelta a la violencia. ¿Hasta qué punto? Pues no hay que descartar ningún modelo, pero sépase esto: cada vez que ETA se ha dividido entre “malos” y “buenos”, perdóneseme el eufemismo, han ganado los peores. No hay que recordar la escisión entre ETA-Militar y ETA-Político Militar. Eso sí que es volver a las andadas. Ya se ve que el alarmismo con que se nos puede acusar a los que estamos contando y advirtiendo de cosas como las escritas, no responde a la verdad: estamos ante un peligro cierto que se se va a sumar al desmantelamiento de Espala que, con tanto éxito, está realizando, partido a partido, el gobernante más felón, en dura competencia con Fernando VII, de la Historia contemporánea de España. Avisados estamos.
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