«¿Es usted la mujer de Juan Manuel Piñuel?». La viuda del último guardia asesinado por la ETA ha declarado que, cuando a las cinco menos veinte de la madrugada oyó la pregunta al otro lado del teléfono dio un bote en la cama y el corazón se le puso en un puño.
POR VIRGINIA RÓDENAS
Actualizado 25/05/2008 - 11:21:35
«¿Es usted la mujer de Juan Manuel Piñuel?». La viuda del último guardia asesinado por la ETA ha declarado que, cuando a las cinco menos veinte de la madrugada oyó la pregunta al otro lado del teléfono, dio un bote en la cama y el corazón se le puso en un puño. Para Manoli Orantos fueron las tripas que se le vinieron a la boca el síntoma del dolor irreprimible tras escuchar que alguien desde la puerta de su casa de Badajoz, donde esperaba con sus dos hijitos de 2 y 3 años el inminente reencuentro con el padre y esposo destinado en el País Vasco, gritó: «¿Sabéis que han matado a Avelino?». Llanto y más llanto, y en el alma de Rosa María Alcaraz, huérfana de sus pequeñas gemelas Myrian y Esther, de tres años, sepultadas en 1987 entre los escombros de la casa cuartel de Zaragoza, la pena más negra anidó para siempre. Y lo hizo como mina el frío que no cesa. ¿Qué puede haber más terrible que asistir al asesinato de dos hijos? Aún, después de enterrar a sus niñas, Rosa María, esposa del guardia Juan José Barrera, miembro del Servicio de Desactivación de Explosivos (SEDEX), siguió esperándolo cada día, en turnos interminables e inciertos. Y así durante años, hasta hace tres, mientras aprendía a entretener el miedo de madrugada planchando o limpiando la casa. «Respeté -dice a D7- lo que mi marido sentía por su profesión, porque yo nunca le he dicho no hagas esto o no hagas lo otro. Tenía claro que nunca pisaría el País Vasco si lo trasladaban allí y que jamás volvería a vivir en una casa cuartel, lo mismo que sabía que teníamos que seguir adelante, el uno por el otro, porque esa era su vida. Al poco me quedé embarazada de una niña y ya había otro motivo para luchar, con mucha pena, con muchos recuerdos... Y a los dos años tuve otra hija. Entonces se convirtieron en mi obsesión. Desde que me levantaba hasta que me acostaba la única razón que me movía era que a ellas nunca les pasara nada malo. Y así he vivido».
O malvivido en cuarteles -en el de Zaragoza, para meterse con aquellas dos criaturas hubo de poner el suelo nuevo «que el otro ni se podía fregar», acabar con las cucarachas,frenar la humedad y tapar con toallas los huecos por los que se colaba el frío con las ventanas cerradas- y «malpagados».
Trabajando por las noches, cuando las gemelas estaban dormidas, cosiendo bolsas de deporte hasta las tantas. «Con un sueldo que no paga el trabajo de estos hombres, ni el de mi marido ni el de muchos otros, que tanto se merecen esas medallas que les dan cuando están muertos y que habría que darles cuando viven. Como deberían mirar un poco más por ellos, y tenerlos un poco mejor, que es mucho el sacrificio que hacen y no lo valoran nada, Porque ni hemos tenido apoyo de ningún Gobierno, ni de la sociedad, ni de los mandos de la Guardia Civil». Somos una sociedad ingrata, le digo. «Y ellos están ahí dejándose la piel en una lucha con lo peor del ser humano.
Son hombres valientes». ¿Algún día llegará el reconocimiento?, pregunto. «No lo sé» ¿Y qué tiene que ocurrir para se produzca? «¡Qué más tiene que pasar para que se den cuenta de las condiciones en las que vive la Guardia Civil!». ¿El "todo por la patria" tiene un límite? «Sí». ¿Y qué les da a ustedes la patria? «No lo sé». ¿Se arrepiente de haberse casado con un guardia civil? «No, nunca. No cambiaría mi vida junto a mi marido por ninguna otra».
Trabajando por las noches, cuando las gemelas estaban dormidas, cosiendo bolsas de deporte hasta las tantas. «Con un sueldo que no paga el trabajo de estos hombres, ni el de mi marido ni el de muchos otros, que tanto se merecen esas medallas que les dan cuando están muertos y que habría que darles cuando viven. Como deberían mirar un poco más por ellos, y tenerlos un poco mejor, que es mucho el sacrificio que hacen y no lo valoran nada, Porque ni hemos tenido apoyo de ningún Gobierno, ni de la sociedad, ni de los mandos de la Guardia Civil». Somos una sociedad ingrata, le digo. «Y ellos están ahí dejándose la piel en una lucha con lo peor del ser humano.
Son hombres valientes». ¿Algún día llegará el reconocimiento?, pregunto. «No lo sé» ¿Y qué tiene que ocurrir para se produzca? «¡Qué más tiene que pasar para que se den cuenta de las condiciones en las que vive la Guardia Civil!». ¿El "todo por la patria" tiene un límite? «Sí». ¿Y qué les da a ustedes la patria? «No lo sé». ¿Se arrepiente de haberse casado con un guardia civil? «No, nunca. No cambiaría mi vida junto a mi marido por ninguna otra».
Luego Rosa María cuenta que lo único que quiere es justicia, que no se negocie con ETA, que se la derrote, que los terroristas dejen de estar en las instituciones, y que los asesinos no tengan ningún privilegio como tampoco los han tenido las víctimas. «Cuando he visto que detenían a la cúpula de ETA me he quedado con la cara de la mujer, la novia del hijo de Josu Ternera, uno de los asesinos de la casa cuartel. Ya ve, libre. Por eso pido que cumplan íntegramente las penas. Esto no es política: es lo único que querría cualquier persona a la que le hubieran matado un hijo. Mire, las heridas del cuerpo se curan pero las del alma no, eso lo llevas ahí mientras los Gobiernos impiden que se cierren e incluso hacen que se reabran. Promesas y nada. Todos los políticos son iguales. Esto no se va acabar nunca... (silencio) Y, por favor,-pide- hágale llegar un abrazo muy fuerte a la viuda del último guardia (sollozos)».
Orantos, la viuda
Como la madre huérfana, tampoco lamenta haberse casado con un guardia civil la viuda de Avelino Palma, el cabo extremeño de 30 años, al que un aguerrido «gudari» le descerrajó un tiro en la nuca mientras controlaba el desarrollo de una vuelta ciclista en Salvatierra (Álava). Fue en octubre de 1980, en esos ignominiosos «años de plomo», cuando los féretros se sacaban por la puerta de atrás de las iglesias y con apremio se daba tierra a los cuerpos acribillados. Junto a Palma cayeron el cabo primero José Vázquez y el guardia Ángel Prado. Fueron sólo tres cadáveres a sumar en aquel maldito 1980 en que ETA liquidó 89 vidas. O muchas más. Porque a Manoli Orantos también la medio mataron con 29 años y dos hijos de 2 y 3 años, el fruto de cuatro años de matrimonio. «Como la viuda de Piñuel -dice a D7- yo también tuve un mal presentimiento. Cuando acabaron con él llevaba un mes y cuatro días en el País Vasco, a donde fue voluntario porque el plus de peligrosidad se pagaba con 17.000 pesetas y el sueldo era poco. El ya conocía aquello porque había estado destinado en San Sebastián, donde por defender la emisora en medio de un tiroteo en el monte Igueldo había logrado el ascenso. Mi madre me había prevenido: ¡cómo te casas con un guardia civil si son los primeros que mandan a la guerra!».
A los niños les dijeron que su papá «se había ido al cielo en moto». Y a ellos nunca se les ha ido de la cabeza que con él su vida hubiera sido diferente. Manoli sobrevivió a duras penas un año, «mientras arreglaban el papeleo», con una pensión de 30.000 pesetas, y los muebles, que tuvo que sacar de la casa cuartel justo al mes del crimen, en un almacén. Y ahí acabó el periplo de tres destinos en cuatro años; su soledad se hizo infinita. ¿Cuál es la vida de una viuda de guardia civil? «Se te cae la casa encima. El día del entierro te ofrecen todo, pero al día siguiente se han olvidado. Le ocurrirá a la viuda y al hijo de Piñuel. Siempre pasa. Me quedé a vivir en Badajoz, con mi familia, y metí a mis niños en un colegio religioso para que tuvieran principios». Y eso que uno de los condenados por el asesinato de Avelino Palma fue el cura chivato de Salvatierra. El otro, Makario.
El terrible nombre de las calles
«Entonces no había ni psicólogos y me automedicaba para no venirme abajo. Aún hoy tomo "diazepanes". Mi refugio fue la Asociación de Víctimas que creó Ana María Vidal Abarca en 1991 de la que me hicieron delegada para Extremadura. La labor humanitaria nos rescató un poco para la vida, porque parece que ayudando a los demás te ayudabas a ti misma. Y la lucha por conseguir justicia me daba fuerzas, como lo hace hoy cuando seguimos dando la batalla para que no haya negociación, para que no haya víctimas de primera ni de segunda, para que los politicos no nos usen como a marionetas y para que la guerra contra el terrorismo no se pierda en guerrillas entre partidos. No quiero ser arma arrojadiza. Y no descansaré hasta que se borren de todas las calles los nombres de los terroristas. El pasado domingo, un guardia civil, que había sufrido un atentado, dijo en el acto de homenaje a Piñuel en San Sebastián que la única razón para soportar tanto dolor es la defensa de la libertad, y a mí me emocionó. Estaba orgulloso de haber podido dar la sangre por España. No sé... tal vez algún día la sociedad... Nos basta el recuerdo, que nadie olvide que los nuestros murieron para que otros puedan estar vivos».
A ellas las nutre elcoraje y la obstinación y eso las convierte en protagonistas insólitas. Como Mari Carmen, una madrileña que lleva 24 años viviendo en Irún y desde hace 8 lo hace junto a su marido y sus dos hijos en la Casa Cuartel del municipio guipuzcoano, en donde habitan junto a otras 99 familias. ¿Pero todavía estáis ahí?, dice que se sorprenden compañeros que hace diez años o más pasaron por ese destino. «Estoy bien aquí, mis hijos han nacido aquí, hablan euskera y quieren quedarse a estudiar. Nuestros amigos también están en esta tierra. Esto es precioso y sería una maravilla si no fuera por esos canallas. Incluso estamos pensando en vender un piso que tenemos en Madrid y comprarnos algo aquí... Pero de momento preferimos vivir en la Casa Cuartel porque es más seguro. Fuera tienes que disimular a qué se dedica tu marido. Durante años, mientras vivimos fuera, los vecinos se creían que era camarero. Además, te enfrentas a cuestiones domésticas cómo dónde tender para que nadie vea el uniforme. El síndrome del norte lo padecí al principio, y luego me fui adaptando. Mi familia me decía que si estaba loca y mi suegra, esposa y madre de guardias civiles -sus cuatro hijos han pasado por el País Vasco-, me había prevenido de penurias, que ellos ni tuvieron seguro médico. Por eso se fueron a Cáceres capital, para que los chicos estudiaran, pero acabaron haciéndolo en la academia de guardias de Valdemoro».
Lo que Mari Carmen ha echado más en falta en estos años es que sus hijos no se hayan criado junto a los abuelos. «Un día el niño, que ahora tiene 13 años, preguntó al ver escoltas que protegían a uno de nuestros amigos si su papá no necesitaría también llevar guardaespaldas. ¡Ya ve qué cosas tienen! Hace unos días estaba yo con unas amigas en una cafetería, vi cómo entraba esa persona, se sentaba sólo en una mesa, la vigilancia fuera, y vinieron dos a intimidarlo -"que aquí ya sabemos lo que es cada uno por las pintas", hace el inciso-, se colocaron junto a él para amedrentarle con el "sabemos por dónde te mueves", "ándate con ojo", hasta que entraron los escoltas y ahí se acabó todo. Pero así no se puede vivir. Siempre acechándote, con el temor a cuestas. Claro que yo no me achanto, como mi hija -de 18 años y brava como ella- que frente a una huelga en el instituto porque han detenido a uno de ellos, ella no falta. ¡Pero si la mayoría no va sólo por perder clases!»,
Y por encima de todo, Mari Carmen, de 42 años, no ha logrado entender que «de aquí para abajo un guardia civil gane menos que un policía municipal -por unos 500 euros de más sale la broma de un destino en el Norte, así que estamos ante un sueldo de unos 1.800-, hasta el punto de que hay guardias a los que no conceden créditos por lo ramplón del salario. Por eso se vive también en los cuarteles: porque no hay para otra cosa. Ya ve, Piñuel vino en busca de un destino mejor. Como él, muchos. Es comprensible que la gente de la Asociación Unificada de Guardias Civiles saliera a la calle a protestar de uniforme, porque fue a la desesperada».
Son el objetivo
¿Hay esperanza? Mari Carmen siempre ha creído que estamos marcados por el destino, que «si algo te tiene que pasar, ocurrirá igual, estés dentro o fuera del País Vasco». Por ejemplo, a Toñi, de 32 años, le dieron una paliza cuando iba con su esposo, guardia en un cuartel de un pueblo de la Comunidad de Madrid, los mismos delincuentes que el agente había detenido días antes. A él le destrozaron la cara y le robaron el reloj, que luego los matones exhibieron por el pueblo como un trofeo de caza. «Me sujetaban mientras me pegaban y veía cómo a él le machacaban a golpes», dice esta tarde Toñi, ocho meses después del ataque. «Nadie sabe la angustia que supone que todos los delincuentes que detienen nuestros maridos sepan dónde vivimos. Tienen el control total de todos nuestros movimientos. Pero ¿cómo vives fuera con un sueldo de 1.300 euros? ¿Cómo pueden pagarle a un guardia poco más de 3 euros la hora extra y menos de 2 la hora nocturna? Nosotros con ese dinero no podemos siquiera tener hijos. Hemos vivido en cuarteles con ratas, humedades, con paredes que se desmoronaban... ¿Y qué trabajo encuentro yo si en cinco años ha tenido cuatro destinos diferentes? Me he empleado de dietista, de dependienta... No tengo estabilidad en mi casa, ni en mi trabajo... Esta bióloga, que abandonó por amor la jefatura de un departamento en la Academia de Guardias Civiles de Baeza. declara que en esas condiciones no se puede llevar una vida digna. Sólo una vida resignada. «Sabía lo que me esperaba cuando me casé con un guardia civil. Sabía incluso que tendría que dar la cara por él, sujeto a un régimen militar que los paraliza. Por eso cada día lo único que espero es que cuando mi marido vuelva a casa después de ocho horas de servicio vuelva bien. Que nadie le haya hecho nada malo. Y mientras, seguir luchando para que llegue el día en que un Gobierno deje de aprovecharse de ellos».
Vic, la sepultura
El próximo jueves se cumplen 17 años de la matanza en el cuartel de Vic.De aquel día quedan en nuestra memoria ataúdes blancos y la imagen capturada por el fotógrafo Pere Tordera con el agente ensangrentado corriendo con una niña herida en los brazos; detrás, un matrimonio que empuja el cochecito de un bebé que se ríe, y al fondo, las ruinas humeantes de la casa cuartel tras la explosión, que mató a nueve personas, cuatro de ellas niños. Amparo, la madre y esposa que empujaba el carrito de Javier, de un año, mientras la abrazaba un marido casi fantasmal, superviviente de entre los escombros, dice que no hubo más cadáveres «porque los terroristas se equivocaron de día. Si los etarras llegan a poner el coche bomba un día antes o después, mi hijo y yo estaríamos muertos».
Pero aquel 29 de mayo la localidad barcelonesa de Vic celebraba la victoria de Melchor Mauri en la Vuelta Ciclista a España y las mujeres de los guardias que siempre estaban con sus niños en el patio del cuartel decidieron unirse a la fiesta. «Diez minutos después, las niñas que habían cuidado de Javier mientras yo subía a la oficina de mi marido para decirle que me iba, estaban muertas. Cerré la puerta de mi casa a las siete menos diez; a las siete y cinco vi desde la acera de enfrente cómo el cuartel volaba para luego desmoronarse. De repente todo se llenó de ambulancias. Corrí a la entrada y vi salir a mi marido. Luego, a Javi lo dejé con unos familiares de Barcelona y me fui con las compañeras a buscar a sus hijos por los hospitales: algunos estaban bien, otros muertos. Esa noche, cuando nos reunimos las pocas familias que no estábamos heridas, unas 4 ó 5, todas andaluzas y que nos habíamos quedado sin nada, Luis Roldán, que entonces era director general de la Guardia Civil -y después condenado y preso por ladrón-, me puso una mano en el hombro y la otra en el de mi marido, nos miró y dijo que pidiéramos el destino que quisiéramos, que no había ningún problema para volver a nuestra tierra, pero que dinero no había. Como lo cuento. Así que al día siguiente volvimos a rebuscar entre los escombros. Mientras hubo periodistas, las autoridades estuvieron con nosotros; luego ya no quedó nadie. Y de esta manera ha sido hasta ahora. Cuando mi marido se reincorporó a mediados de julio a su destino en Córdoba, el jefe de la Comandancia nos dijo que si necesitábamos algo material que se lo dijeramos a él pero que nada de acudir a la prensa. Entonces, nos mandó uncarpintero quenos hizo unas sillas. Y ahí se acabó todo. Después, en 14 años jamás nadie le preguntó qué tal estás... Y hace dos veranos empecé a no verlo normal, hacía turnos de 24 horas, y lo mismo podían llamarle a las cuatro que a las diez. El miedo se apodero de él. Bajaba la escalera con la pistola en la mano. Pensó que lo podría superar, pero no fue así». Y 15 años después de la bomba, el padre de Javier, que volvió a la vida desde la monumental sepultura de Vic, se rompió. Porque como dice Rosa María Alcaraz, las heridas del alma no se curan nunca. Las lame el amor de las esposas coraje. <SC70,75>
Especial sobre ETA
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