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lunes, 18 de marzo de 2019

Miguel Ángel Blanco Garrido


Al mediodía del viernes 10 de julio de 1997, la banda terrorista ETA secuestraba en la estación guipuzcoana de Éibar al concejal del Partido Popular en la localidad de Ermua MIGUEL ÁNGEL BLANCO GARRIDO, e imponía un plazo de 48 horas al Gobierno para que trasladara al País Vasco a los presos de ETA, o de lo contrario, lo ejecutarían.

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El cruel secuestro, con un ultimátum materialmente imposible de cumplir en el plazo dado por los asesinos y torturadores de la banda terrorista ETA, recuerda mucho al secuestro y asesinato del ingeniero José María Ryan, otra crónica de una muerte anunciada. Lo que hizo ETA con Miguel Ángel fue matarlo despacio, y la sociedad, horrorizada, lo vivió como “un asesinato a cámara lenta”, como lo describió José Luis Barbería en el décimo aniversario de su muerte en un artículo titulado “El día que todos fuimos Miguel Ángel Blanco” (El País, 08/07/2007).

El calvario y la agonía del concejal desencadenaron impresionantes muestras de solidaridad con él y con su familia y provocaron una auténtica catarsis social. En el caso de Miguel Ángel, la conmoción que produjo el ultimátum dado al Gobierno de Aznar fue aún mayor, si cabe, pues la sociedad española estaba todavía en estado de shock por las terribles imágenes de dolor y sufrimiento del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, recién liberado por la Guardia Civil, imágenes que recordaban a las que todos hemos visto de las víctimas de los campos de concentración nazis. La liberación de Ortega Lara se había producido diez días antes, el 30 de junio de 1997, tras 532 días secuestrado en un cuartucho inmundo y minúsculo, lleno de humedad, un “ataúd viviente”. La tortura a la que fue sometido desde el 17 de enero de 1996 fue tan insoportable que Ortega Lara reconocería, tras su liberación, que se había puesto como fecha tope para quitarse la vida el 5 de julio. Al ver esas imágenes de un Ortega Lara cadavérico, Miguel Ángel le había comentado a su madre, pocos días antes de su propio secuestro: “Amatxo, si a mí me pasara algo así, yo preferiría que me mataran“.

El calvario se inició cuando el joven concejal volvía al trabajo después de comer en casa de sus padres. A las 15:20 horas tomó el tren en dirección a Éibar, donde estaba la empresa Eman Consulting en la que prestaba sus servicios como licenciado en Ciencias Empresariales. Nada más salir de la estación fue abordado por la terrorista Irantzu Gallastegi Sodupe, que le condujo hasta un vehículo de color oscuro estacionado en las proximidades, donde se encontraban otros dos terroristas: Francisco Javier García Gaztelu y José Luis Geresta Mujika. Tres horas después, la emisora Egin Irratia comunicaba que Miguel Ángel sería asesinado si el Gobierno no trasladaba a los presos de ETA a cárceles del País Vasco antes de las 16:00 horas del sábado 12 de julio. Semejante chantaje no sólo era imposible de cumplir materialmente, como hemos señalado, sino que era absolutamente inasumible por un Estado democrático.

Este ultimátum provocó la mayor reacción ciudadana que jamás se había conocido en España en contra de ETA y a favor de la libertad de una persona secuestrada. En esas cuarenta y ocho terribles horas se calcula que unos seis millones de personas en todo el país salieron a la calle para pedir la libertad de Miguel Ángel. En total se celebraron más de 1.500 convocatorias de actos públicos improvisados y en el País Vasco se llevaron a cabo 30 movilizaciones. Las contramanifestaciones convocadas por Herri Batasuna fueron ridículas: cincuenta personas en Vitoria, y poco más de un centenar en Guipúzcoa y en Bilbao.

La tensión y la rabia se desbordaron a partir del segundo día de secuestro y, por primera vez, los simpatizantes de ETA tuvieron que ser protegidos de personas que, al mismo tiempo que pedían la liberación de Miguel Ángel, se lanzaron a atacar las sedes de Herri Batasuna al grito de “¡asesinos, sin pistolas no sois nada!”. El propio alcalde de Ermua por el PSE-EE, Carlos Totorica, evitó extintor en mano el incendio de la sede de Batasuna en su municipio. También pudimos ver imágenes de miembros de la Ertzaintza protegiendo a los proetarras, mientras los manifestantes les gritaban “No les protejáis, que luego os matarán”. Algunos ertzainas se despojaron de los pasamontañas con los que protegían su identidad, dando a entender que estaban con aquellos que desafiaban a los terroristas y a quienes les apoyaban. La madrugada del sábado fue una plegaria continua de decenas de miles de españoles que estuvieron toda la noche implorando a la banda asesina que no asesinara a Miguel Ángel.

Pero todo fue inútil. Cincuenta minutos después de agotarse el plazo del ultimátum planteado al Gobierno por la banda de alimañas, el sábado 12 de julio a las 16:50 horas, ETA cumplía puntualmente su palabra, consumándose la tragedia. En un descampado situado entre el Hotel Chartel y el barrio de Cocheras del municipio de Lasarte (Guipúzcoa) Francisco Javier García Gaztelu efectuó dos disparos con una Beretta del calibre 22 en la cabeza del concejal del PP, forzado a ponerse de rodillas, con las manos atadas en la espalda y sujeto por José Luis Geresta Mujika, de forma que Miguel Ángel no pudiera moverse y el asesino pudiese llevar a cabo tranquilamente la hazaña de acabar con la vida de un chico normal, un joven desarmado e indefenso. Un acto cobarde que contrasta con la valentía de la que dio muestras Miguel Ángel en su corta trayectoria política. Carlos Totorica, alcalde de Ermua, dijo de él que “nunca se callaba” y “que había presenciado réplicas de Miguel Ángel a concejales de HB como nunca antes había visto a nadie”. Uno de ellos, precisamente del Ayuntamiento de Éibar, fue quien facilitó la información necesaria para que lo mataran. Se trata del concejal Ibon Muñoa Arizmendarreta.

Cadena SER. Uno de los cazadores que encontró a Miguel Ángel (testimonio telefónico):
«Cuando bajamos a dar la vuelta, a llevar a los perros
a bañarse, oímos un respiro profundo atrás y parecía que estaba dormido. El otro sujetó a los perros y me acerqué y estaba tumbado. 

‘¿Notaron algo sospechoso?’ 

No, no, no, vinimos andando. 

‘¿Y cómo se dieron cuenta?’ 

Porque respiraba profundo. 

‘¿Cómo se dieron cuenta que había una persona allí?’ 

Porque respiraba profundo, y nos pilló de espaldas, y fui: ‘está dormido’. Tenía un zapato fuera, nos acercamos, me acerqué yo, y le vi boca abajo, y me fijé y tenía un tiro. Y automáticamente cogimos los perros y, por abajo del puente, vinimos a casa, que estaba la mujer, y le dije: ‘avisa en seguida al 088 ya la Cruz Roja, que debe ser el chico este, que le han matado’. Y nada más’. 

‘¿Oyeron disparos?’ 

No, no, nada, nada. De arrepentirse.

‘¿Se quedó alguien con él?’ 

No no no. ‘¿Vinieron
inmediatamente?’ Sí, sí. 

‘Cuando se dio cuenta de que era una persona con un disparo, ¿le identificaron
rápidamente?’ 

No no no; Podía ser él, porque yo me fijé
en la ropa que tenía un color granate, y era lo que se
estaba especulando en los medios de comunicación».


El edil popular fue encontrado poco después por dos personas que paseaban con sus perros, maniatado, gravemente herido y con un hilo de vida. Los dos vecinos, que reconocieron de inmediato a Miguel Ángel, avisaron a los servicios asistenciales, que acudieron al lugar en escasos minutos. Una ambulancia de la DYA ofreció los primeros auxilios a Miguel Ángel en el lugar en el que fue encontrado, para trasladarlo inmediatamente a una UVI móvil del Servicio Vasco de Salud, y de ahí al Hospital Nuestra Señora de Aránzazu de la capital guipuzcoana. Tras un primer examen del herido, los médicos del hospital le practicaron un escáner para conocer el lugar exacto en el que se alojaban las balas, ya que ambas heridas presentaban orificio de entrada, pero no de salida. La situación de los proyectiles dentro de la cabeza del concejal desaconsejó a los facultativos la intervención quirúrgica. A última hora del día los médicos se mostraron sumamente pesimistas sobre el futuro de Blanco Garrido, que se encontraba en estado de “coma neurológico profundo“.

A las 18:00 horas, la madre, la hermana, la novia y la portavoz de la familia Blanco abandonaron su domicilio familiar en Ermua para dirigirse al hospital, una vez que contaron con la confirmación del Ministerio del Interior de que la persona que había sido encontrada malherida en Lasarte era Miguel Ángel. Su llegada al centro hospitalario fue recibida por un grupo de personas que aguardaban tras el cordón policial con una fuerte ovación de apoyo.

Mientras la atención se centraba en el hospital, las fuerzas de seguridad rastreaban las inmediaciones del barrio de Oztaran de Lasarte en busca de alguna pista que pudiera conducir hasta los autores del atentado. Tras el hallazgo del cuerpo, un comunicante que dijo hablar en nombre de ETA avisó de la colocación de un coche-bomba en las inmediaciones de Lasarte-Oria. Los tres cuerpos de seguridad -Ertzaintza, Guardia Civil y Policía Nacional- acordonaron y rastrearon los alrededores en busca de un Seat Toledo azul, en el que, según algunos testigos, podrían haber huido los terroristas. Sin embargo, la búsqueda resultó infructuosa, por lo que fuentes del Departamento vasco de Interior consideraron que el falso aviso pretendía aportar pistas erróneas a la investigación, posiblemente porque Miguel Ángel Blanco fue hallado antes de lo que los terroristas preveían.

Antes de la medianoche del 12 de julio se daba el parte médico de que Miguel Ángel acababa de morir.


Reacciones y movilización popular sin precedentes

Si las cuarenta y ocho horas que duró el secuestro provocaron una reacción ciudadana nunca vista, el desgraciado desenlace motivó una movilización de repulsa aún más espectacular tanto en ámbitos políticos como entre los ciudadanos. Pocas horas después de conocerse la noticia, los partidos democráticos acordaron reunir la Mesa de Ajuria Enea para el día siguiente, mientras en Ermua, miles de personas respondieron con gritos de “Asesinos, asesinos”, “Hijos de puta, hijos de puta” o “A por ellos”.

Al día siguiente, domingo 13 de julio, varios concejales de Ermua llevaban del coche fúnebre al Ayuntamiento los restos mortales de Miguel Ángel, en cuyo salón de plenos se instaló la capilla ardiente por la que desfilaron miles de vecinos de la localidad, que al día siguiente, lunes 14 de julio acudieron a su entierro, también en Ermua.


El asesinato de Miguel Ángel no sólo conmocionó a los españoles, sino a ciudadanos e instituciones de todo el mundo. Innumerables testimonios de repulsa llegaron desde fuera de España. El Papa Juan Pablo II denunció el bárbaro asesinato del concejal popular durante la oración del Ángelus. Por su parte el Gobierno francés, a través del primer ministro Lionel Jospin, y del presidente de la República, condenó igualmente el asesinato. El jefe del Estado, Jacques Chirac declaró que “todo mi país está con España”. Jospin, a su vez, en un comunicado al Ejecutivo español señaló que “Francia comparte la emoción e indignación provocadas por este crimen odioso”. Asimismo el Ministerio de Asuntos Exteriores hizo palpable su repulsa por el asesinato, al que calificó de “acto cobarde e inhumano que sólo puede suscitar horror y condena”.


El espíritu de Ermua y la reacción del PNV

Sin duda el asesinato de Miguel Ángel supuso un punto de inflexión de la ciudadanía, especialmente del País Vasco, ante los crímenes de ETA, y tras él surgieron numerosos colectivos y fundaciones de víctimas del terrorismo que mostraban abiertamente su hartazgo hacia la violencia. De las movilizaciones durante el secuestro y de las posteriores al asesinato surgió el denominado “espíritu de Ermua” de contestación social al terrorismo y a sus simpatizantes que, en este caso, habían sido parte activa en el secuestro.

Sin embargo, y por desgracia, secuestrar y asesinar sí tuvo éxito, porque los efectos a largo plazo fueron justamente los contrarios, como describía fríamente Txapote: “Este tipo de ekintzas (atentados) hay que valorarlas a un año vista”, comentó el etarra durante la charla que, meses después del asesinato, mantuvo con el colaborador de ETAy exconcejal de Batasuna de Ermua, Ibon Muñoa, que les había alojado en su casa mientras preparaban el secuestro y les había facilitado placas de matrícula falsificadas, además de prestarles su propio vehículo. “Los contactos con el PNV fueron más fáciles que nunca después de la acción contra Miguel Ángel Blanco”, escribió ETA en su boletín interno Zutabe (citado por José Luis Barbería, El País, 08/07/2007).

Por lo tanto, las movilizaciones trajeron un efecto inesperado para todos, salvo quizás para los asesinos. Florencio Dominguez Iribarren (Las Raíces del MiedoEuskadi, una sociedad atemorizada, Ed. Aguilar, 2003, pág. 240 y siguiente) lo explica con claridad meridana:

Sorprendentemente aquella movilización fue percibida como una amenaza no desde el mundo etarra, sino desde el nacionalismo institucional, que temía que el rechazo a ETA se tradujera en un rechazo al nacionalismo y ello provocara un cambio de mayoría política en Euskadi. El miedo a perder el poder como consecuencia de una reacción al hartazgo ante el terrorismo fue la causa de un cambio radical en el seno del PNV.
Koldo San Sebastián, periodista y militante de PNV en un artículo publicado en ‘Deia’ reveló la angustia con la que amplios sectores de este partido político vivieron los acontecimientos de julio de 1997, no por el crimen de ETA, sino por la reacción popular contra aquel: ‘Días después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, centenares de militantes del PNV nos reunimos en asamblea para ver cómo afrontábamos la brutal campaña mediático-política que se había desatado contra nosotros (…) Había quien pensaba que, efectivamente, sin ETA nos convertiríamos en una fuerza vulgar. Para quien conozca un poco la historia del PNV se vivieron los momentos más críticos desde 1936 (incluso más críticos que los de la última escisión)’.
Coincide en este punto con Joseba Arregui, ex consejero de Cultura y una de las pocas voces críticas en el seno del PNV, quien en su obra ‘La nación vasca posible’, expresa la existencia de un miedo ‘a que el nacionalismo, en su conjunto, pudiera perder la mayoría de la adhesión de la sociedad vasca, percibido en las manifestaciones por el asesinato de Miguel Angel Blanco’.

El artículo de Koldo San Sebastián muestra la cara real de las bases nacionalistas. Se ha dicho siempre que el PNV tiene un doble lenguaje, uno en Madrid y otro en el País Vasco, pero junto a los pronunciamientos públicos está el lenguaje real de la militancia en los batzokis, donde se podía oír cosas como que “sin ETA nos convertiríamos en una fuerza vulgar”.


Secuestrar y asesinar sí es rentable: Pacto de Estella

Más allá de lo que inicialmente parecía, el resultado final de la tortura y asesinato de Miguel Ángel Blanco fue una importante victoria para ETA. Así lo percibió la banda criminal, como muestra el Zutabe de agosto de 1998 donde explicaban que “esto [el asesinato de Miguel Ángel] llevó a los otros partidos nacionalistas que estaban en la tranquilidad autonomista a resurgir y reactivar su pensamiento abertzale“.

Florencio Domínguez sentenció en el libro antes citado:

Como Lemóniz a principios de los ochenta y la autovía una década más tarde, el asesinato de Miguel Angel Blanco se convertía en el mejor desmentido de la inutilidad del terrorismo y por tanto, en una pieza fundamental del engranaje de retroalimenación de la propia organización terrorista.

Al año siguiente del asesinato de Miguel Ángel Blanco, todos los partidos vascos nacionalistas, incluido Herri Batasuna, firmaron el Pacto de Estella o Lizarra, que tenía como objetivo explícito la consecución de la soberanía de Euskadi. Muchos analistas han calificado el asesinato de Miguel Ángel Blanco no como un error de la banda, por la reacción social sin precedentes que provocó, sino como un órdago que ETA lanzó al PNV, órdago que, evidentemente, funcionó. En cierto modo el PNV rescató a ETA del acoso social, pero lo hizo por propio interés, por su propia supervivencia como partido. Si desaparecía ETA, el PNV tendría los días contados a medio plazo. Sin ETA, sin las pistolas, el PNV se habría convertido en “una fuerza vulgar”.


Los asesinos

Javier García Gaztelu, ‘Txapote’, apretó el gatillo. Irantzu Gallastegi Sodupe, ‘Amaia’, su pareja, le interceptó. José Luis Geresta, 'Oker', le sujetaba mientras 'Txapote' disparaba. Y por último, Ibon Muñoa, que trabajaba con Miguel Ángel, fue el encargado de recopilar la información necesaria para realizar el secuestro.
Javier García Gaztelu, ‘Txapote’, apretó el gatillo. Irantzu Gallastegi Sodupe, ‘Amaia’, su pareja, le interceptó. José Luis Geresta, ‘Oker’, le sujetaba mientras ‘Txapote’ disparaba. Y por último, Ibon Muñoa, que trabajaba con Miguel Ángel, fue el encargado de recopilar la información necesaria para realizar el secuestro.

En marzo de 1999 el cadáver del etarra José Luis Geresta Mujika, alias Oker y Ttotto, que fue quien sujetó a Miguel Ángel mientras García Gaztelu le metía dos tiros en la cabeza, fue encontrado con un orificio de bala en la sien derecha en un descampado de Rentería, solo once días después de la caída de otros dos miembros del grupo Donosti. Si inicialmente las hipótesis policiales y judiciales mantuvieron que Geresta se había suicidado, informes forenses posteriores no aclararon definitivamente esta circunstancia, lo que alimentó las sospechas en el entorno proetarra de que existía una “mano negra” detrás de la muerte de este etarra.

Un informe elaborado por el Instituto de Toxicología apuntó la posibilidad de que alguien manipulara el cuerpo del etarra inmediatamente después de su muerte, ya que le arrancaron dos muelas y le dañaron una tercera. Asimismo, avaló también la tesis de que estas extracciones se pudieron producir con la intención de crear confusión sobre el suicidio. Por este motivo, según el informe, las extracciones fueron realizadas instantes después de su muerte, para dar apariencia de que el cuerpo había sido torturado.

Las extracciones fueron hechas de manera limpia y de forma simultánea. Además, a los investigadores que elaboraron este informe pericial les sorprendió el hecho de que se arrancaran dos de las muelas situadas en la parte posterior de la boca, en la zona de más difícil acceso. José Antonio Saenz de Santamaría, exmilitar y asesor contra el terrorismo del Ministerio del Interior socialista entre 1986 y 1996, encuadró la muerte de Geresta como un episodio más de la guerra sucia contra ETA en una entrevista publicada por el diario La Razón el 19 de noviembre del 2001.

En 2003 la Audiencia Nacional condenó a Ibon Muñoa Arizmendarreta, concejal de Herri Batasuna en Éibar, a la pena de 14 años de prisión como cómplice de un delito de secuestro terrorista. Miguel Ángel Blanco trabajaba en una empresa próxima a la sociedad familiar Recambios Automóviles Muñoa, SL, de la que el miembro de HB era responsable. Además de proporcionar a los terroristas datos muy precisos de los movimientos y características de la víctima, Muñoa facilitó a los asesinos su turismo particular, que dejó aparcado en la estación de tren de Éibar, por si se averiaba el que utilizaron finalmente para cometer el secuestro. Además los alojó en su casa particular de Éibar durante los angustiosos días en los que se prolongó el secuestro que mantuvo en vilo a toda España. El exconcejal de HB puso a disposición de los terroristas otra vivienda de su propiedad en la costa guipuzcoana.

En julio de 2006 los terroristas Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote, e Irantzu Gallastegi Sodupe, alias Amaia, fueron condenados a 50 años de cárcel por el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco.


Un chico normal

Miguel Ángel Blanco Garrido tenía 29 años. Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad del País Vasco, había conseguido un trabajo en Eman Consulting pocos meses antes de su asesinato. Anteriormente había trabajado con su padre en la construcción. Miguel Ángel era hijo de inmigrantes gallegos, Miguel Blanco (albañil) y Consuelo Garrido (ama de casa), ambos nacidos en Junquera de Espadañedo (Orense) y tenía una hermana, María del Mar. Aficionado al deporte y a la música, tocaba la batería en el grupo Póker y era admirador de Héroes del Silencio. Tenía una novia desde hacía siete años con la que tenía planes de boda para septiembre de ese año.

Miguel Ángel se afilió a las nuevas generaciones del PP en 1995 de la mano de su amigo, y entonces presidente de esta formación, Iñaki Ortega Cachón, durante una campaña de captación de candidatos. La falta de efectivos lo colocó en tercer lugar en las listas municipales y las elecciones lo situaron en el Ayuntamiento de Ermua, donde el Partido Popular se convirtió en la segunda fuerza política tras los comicios de 1995. Así lo describía su hermana Marimar: “Miguel era un chico muy nervioso y activo, bastante extrovertido. Contaba chistes con frecuencia y tenía un carácter fuerte, de esos que perseveran en los objetivos”.

Biografía

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